
Aurelio Nicolella
Había una vez un sacerdote católico que tuvo que reemplazar en una parroquia a otro sacerdote. Este ministro de Dios, llego a esa comunidad con idea de cambiarla y hacerla a su semejanza, ya que él, se creía que durante todos sus años de ministro de Dios, había sabido luchar cambiando actitudes de la gente y haciéndolas mas observantes del cristianismo. Es así que comenzó a atacar a todos los feligreses que concurrían al templo diciéndoles que eran todos pecadores que se irían al infierno; que no interpretaban la palabra del Señor, llegando a no hacer distinción del trigo y de la paja entre los feligreses; pues para él, todos eran pecadores y desviados de la fe, por lo cual no podían servir a la causa de Cristo. De a poco muchos de aquellos cristianos por sus palabras hirientes se fueron alejando, buscando cobijo en otras comunidades donde se sentían a gusto y podían seguir creciendo en Dios. Solo quedaron aquellos fieles que se aprovechaban de tal circunstancia ya que lograban con la actitud del sacerdote sacar provecho propio. La comunidad quedo tan a la deriva que en las misas se encontraba el sacerdote y los pocos que lo adulaban, los bancos del templo estaban vacíos, la comunidad ya no existía.
Poco a poco hasta los que seguían yendo por interés lo abandonaron, pues ya nada tenían para sacarle al pobre sacerdote. Así, el sacerdote, un buen día se dio cuenta de que se quedo solo y en un acto de contrición se acerco a la cruz del altar a preguntarle al Jesús en que había fallado con la comunidad que estaba a su cargo, y el Salvador le contesto: “Hijo, te puse aquí, al frente de esta comunidad que se encontraba enferma para que con los dones que te di, fueras capaz de orientarla, curarla y hacerla cambiar, para que anduvieran por el buen camino. Para que tú, siendo pastor la guiaras y condujeras. Tú debiste hacer como aquel pastor que conoce a su rebaño, sabe de la oveja que esta enferma va y la cura, no la deja hasta que se encuentra sana; que también va en busca de la oveja perdida para traerla con las otras y seguir camino; o como aquel pastor que ayuda con sus propias manos a nacer al corderito. Entonces tu rebaño escucha, tu voz y te reconoce como su pastor. Ahora ve y sal a buscar a tu rebaño que se encuentra perdido, no te quedes entre estas cuatro paredes. Afuera es donde te necesitan, en la calle esta tu rebaño esperándote. Si tu te me asemejas y eres mi representante, entonces haz como yo, que dije que el buen pastor su vida da por las ovejas”. El sacerdote se levanto y se fue a la calle a buscar por los caminos a su rebaño perdido.
Hasta aquí la anécdota, pero cuantas veces los cristianos hacemos como el sacerdote católico del relato, nos encerramos entre cuatro paredes, las cuatro paredes de nuestra propia visión, no sabemos distinguir entre el trigo y la maleza, entre lo bueno y lo malo, creemos que estamos haciendo lo que Jesús nos enseño, que vamos por la vía correcta y sin embargo nos estamos arrastrando por un camino de ciénagas, lleno de odio, rencor y dolor. Pensamos en nosotros mismos, total creemos hacer el bien, pero nuestro bien no es el bien para nuestro prójimo. Cada uno de nosotros somos pastores, guiamos con nuestras acciones y nuestra forma de vivir a nuestros prójimos, a veces ellos se ven reflejados en nosotros, porque debemos ser el espejo de Jesús el que dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn 10.27-28). ¿Que harás tú?, ¿Seguir el camino del sacerdote errado, o salir a llevar la palabra y la fe de Cristo, sin perder tiempo, pensando en tu prójimo?
Poco a poco hasta los que seguían yendo por interés lo abandonaron, pues ya nada tenían para sacarle al pobre sacerdote. Así, el sacerdote, un buen día se dio cuenta de que se quedo solo y en un acto de contrición se acerco a la cruz del altar a preguntarle al Jesús en que había fallado con la comunidad que estaba a su cargo, y el Salvador le contesto: “Hijo, te puse aquí, al frente de esta comunidad que se encontraba enferma para que con los dones que te di, fueras capaz de orientarla, curarla y hacerla cambiar, para que anduvieran por el buen camino. Para que tú, siendo pastor la guiaras y condujeras. Tú debiste hacer como aquel pastor que conoce a su rebaño, sabe de la oveja que esta enferma va y la cura, no la deja hasta que se encuentra sana; que también va en busca de la oveja perdida para traerla con las otras y seguir camino; o como aquel pastor que ayuda con sus propias manos a nacer al corderito. Entonces tu rebaño escucha, tu voz y te reconoce como su pastor. Ahora ve y sal a buscar a tu rebaño que se encuentra perdido, no te quedes entre estas cuatro paredes. Afuera es donde te necesitan, en la calle esta tu rebaño esperándote. Si tu te me asemejas y eres mi representante, entonces haz como yo, que dije que el buen pastor su vida da por las ovejas”. El sacerdote se levanto y se fue a la calle a buscar por los caminos a su rebaño perdido.
Hasta aquí la anécdota, pero cuantas veces los cristianos hacemos como el sacerdote católico del relato, nos encerramos entre cuatro paredes, las cuatro paredes de nuestra propia visión, no sabemos distinguir entre el trigo y la maleza, entre lo bueno y lo malo, creemos que estamos haciendo lo que Jesús nos enseño, que vamos por la vía correcta y sin embargo nos estamos arrastrando por un camino de ciénagas, lleno de odio, rencor y dolor. Pensamos en nosotros mismos, total creemos hacer el bien, pero nuestro bien no es el bien para nuestro prójimo. Cada uno de nosotros somos pastores, guiamos con nuestras acciones y nuestra forma de vivir a nuestros prójimos, a veces ellos se ven reflejados en nosotros, porque debemos ser el espejo de Jesús el que dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn 10.27-28). ¿Que harás tú?, ¿Seguir el camino del sacerdote errado, o salir a llevar la palabra y la fe de Cristo, sin perder tiempo, pensando en tu prójimo?
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