La muerte es para la ciencia médica como el “cese irreversible de las funciones cardiorrespiratorias o de todas las funciones del encéfalo”, en cambio para la biología, es un suceso resultante de la incapacidad orgánica de sostener la homeostasis.
Palabras técnicas con
definiciones estrictamente académicas; Pero para el creyente en Dios esa
palabra “muerte” es sinónimo de puerta e igualdad. Puerta porque abre el camino
a una nueva vida o a una condenación, en donde la carne, la materia, deja paso
al alma, dependerá de lo vivido lo hecho o no hecho en nuestra vida terrenal. Y
es igualdad porque la muerte no distingue al rico del pobre, al carcelero del
prisionero, al intelectual del ignorante, ni siquiera distingue al soberbio del
humilde. Por lo tanto la muerte es aquel momento insensible al ser humano que
no puede controlar o dominar ni posponer. No se pacta con ella, es el fin de la
vida terrenal, una cabina de peaje por donde se debe pasar obligatoriamente.
Pero el cristiano sabe que lo que
muere es su cuerpo, su materia, su alma sigue, vive es inmortal.
Debemos morir, dado nuestro componente
básico, primordial: el componente biológico. La pregunta humana siempre ha
sido: "¿Y... después, qué? Pues el dilema que se le presenta al creyente a
diferencia del ateo es que el creyente sabe que “la muerte” es una puerta para
vivir o condenarse. La vida terrenal es una preparación a veces cómoda y otras incómodas, como se reza en el “Salvé” un valle de lágrimas, momentos buenos y
malos, de aprender y dejar de lado comodidades que perturban ese camino hacia
la puerta que se abre para estar con Dios.
Pablo nos dice en Filipenses (1:21-23) “Porque para mí el vivir es
Cristo, y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne resulta para mí en
beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Por ambas cosas me encu
entro
en un dilema, pues tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor”, Pablo no da
una guía, la cual es vivir cada momento con Jesús el mismo que venció a la
muerte para que podamos vivir eternamente, es el sacrificio de Jesús por la
humanidad, lo que lo hace tan especial.
Porque la misión del
cristiano está en este mundo y, en cuanto contribuya a construirlo en Cristo
realizará su propio ser, morirá así mismo, o mejor con-morirá con Cristo en su
obra redentora. La inmortalidad para el bien de nuestras almas comenzó el día en
que El Salvador nos invitó a ser eternos junto a Dios.
Por eso hermana, hermano, no temer a la muerte, vivir en
Cristo como Pablo nos enseña, vivir como Cristo trabajando para llevar la
palabra de eternidad y salvación a este mundo tan difícil y hostigador. Transitemos en amor
y paz el camino en esta tierra, como iglesia peregrina y seremos libres para el encuentro con el Señor.
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